La palabra “parroquia” procede del griego paroikía , o bien del verbo paroikéo, que en el griego clásico significa «vivir junto a». La parroquia sería, pues, la “Casa junto a las casas del pueblo”. En el Nuevo Testamento, para designar a las primeras comunidades cristianas, aparecen con frecuencia dos términos: ecclesia (asamblea) y adelphotes (fraternidad). Desde esta raíz etimológica, se desprende, pues, que la parroquia es una casa, pero sobre todo una asamblea de hermanos.
¿Cómo está la parroquia en la actualidad? El Documento final del último Sínodo de los obispos sobre los jóvenes (DF) , presenta con realismo la situación de las parroquias: “A pesar de que siga siendo la primera y principal forma del ser Iglesia en el territorio, varias voces han indicado que a la parroquia le cuesta ser un lugar relevante para los jóvenes y sería necesario repensar su vocación misionera… Su baja relevancia en los espacios urbanos, el carácter poco dinámico de las propuestas, junto con los cambios espacio-temporales de los estilos de vida requieren una renovación” (DF, 18)
La parroquia es lugar de comunión y fraternidad y verdadera familia de los hijos de Dios, que transmite la fuerza generadora de la fe cristiana. “En cambio – afirma el DF del Sínodo- predomina la organización burocrática, donde la iniciación cristiana se malinterpreta y se concibe como un curso de educación religiosa que habitualmente termina con el sacramento de la Confirmación (y desde la experiencia actual (DF, 19), mucho antes con la “primera comunión”).
Por tanto, de cara a la renovación de la parroquia, “es urgente repensar a fondo el enfoque de la catequesis y el nexo entre la transmisión familiar y comunitaria de la fe, basándose en procesos de acompañamiento personal”. Y una reflexión, para que la parroquia “pase de las estructuras a cuidar las relaciones interpersonales […] y asuma la forma de una comunidad, un ambiente desde el que se irradia la misión por los últimos […] desde una lógica de la corresponsabilidad eclesial y del impulso misionero” (n. 129).
Para ello, “es importante que las distintas comunidades se planteen si los estilos de vida y el uso de las estructuras transmiten a los jóvenes un testimonio comprensible del Evangelio […] Para muchos jóvenes es difícil descifrar el mundo eclesial y se mantienen a distancia de los roles que desempeñamos y de los estereotipos que los acompañan. La vida ordinaria de la parroquia, en todas sus expresiones, ha de ser más accesible. Porque “la cercanía efectiva, el compartir espacios y actividades, crean las condiciones para una comunicación auténtica, libre de prejuicios.” (n.130)
Y una renovación que afecta también, como indica el DF, a la vida concreta de la Comunidad parroquial:
A la comunión: La comunidad cristiana es un “mosaico de rostros”…con distintas sensibilidades, procedencias y culturas…Y la “armonía, que es un don del Espíritu, no elimina las diferencias, sino que las une generando una riqueza sinfónica (n. 131). Una comunidad parroquial “inserta en el territorio, abierta al tejido social y al encuentro con las instituciones civiles” (n. 132).
Al anuncio y catequesis. Tareas en las que “debe mantenerse vivo el compromiso de ofrecer itinerarios graduales y orgánicos… que muestren la íntima conexión entre la fe y las experiencias de cada día…En este sentido “es urgente que en la catequesis de los jóvenes se renueven los lenguajes y las metodologías, sin perder nunca de vista lo esencial, es decir, el encuentro con Cristo (n. 133)
A la liturgia. En la celebración de la Eucaristía: con “el compromiso de celebrar con noble sencillez y con la participación de los diferentes ministerios laicales…Y la participación activa, pero manteniendo vivo el asombre hacia el Misterio” (n.134)
Dando gran importancia a la práctica del sacramento de la Reconciliación…para la que los presbíteros han de estar siempre disponibles (n 135)
Sin olvidar que, en muchos contextos, la piedad popular desempeña un papel importante para el acceso de los jóvenes a la vida de fe de un modo práctico, sensible e inmediato. (n. 136)
A la diaconía: Una comunidad fraterna y cercana a los pobres. En donde la dedicación a los últimos se convierte realmente en poner en práctica la fe, en donde se comprende ese amor “en pérdida” que es central en el Evangelio (n. 137)
Para esta renovación habrá que actuar con paciencia, pasión y creatividad.
Miguel Ángel Calavia, sdb
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