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Hay algo latente en el ser humano que espera a ser descubierto. Vive en nosotros, en lo profundo del ser, un anhelo mayor que la propia vida, a la que trasciende. Es la hondura de una llamada que, sin saber cómo, atraviesa el corazón de la persona, generando en ella una transformación integral que la lleva hacia un hallazgo inimaginable. Es lo que conocemos como el encuentro personal con Cristo, fuente de ese Misterio que irrumpe en nuestra vida.

Puedes estar alejado, puedes negar su existencia, puedes incluso enfadarte o pensar que no hay consuelo para ti. Puedes vivir lícitamente desde cualquiera de estas opciones porque en la vida lo que hay de felicidad también lo hay de desierto. Y siendo la vida este cúmulo de realidades, de experiencias logradas y frustradas, hay en Dios una espera para dar un vuelco al sentido de esa verdad, que el ser humano tiene un llamado a creer.

¿A creer? Sí, a creer que ciertamente hay un mensaje de Amor que desea salir al encuentro del ser humano. Y que cuando nos alcanza es capaz de abrir nuestro corazón hasta el descubrimiento de aquella voluntad de Dios que es nuestra felicidad, que el ser humano viva.

Son los entresijos de un sí latente que se descubre ante el Misterio de Dios que llega a nuestras vidas y que nos sitúa en un camino fantástico por recorrer, un viaje en el que descubrirnos y en el que hallar en el otro a un hermano, o a una hermana. Con la esperanza de que es posible llegar al corazón de las personas con la misma intensidad y novedad que supuso para los primeros cristianos en encuentro con Cristo, y con Cristo Resucitado.

De acuerdo que tenemos que salvar muchas situaciones, que tendremos que afrontar las dificultades de este tiempo de crisis en el que vivimos, pero siendo conscientes que toda dificultad conlleva una esperanza, aun escondida en lo más profundo del ser, y esa esperanza para nosotros vive en el encuentro con el Dios de Jesús, que nos devuelve a la dinámica del amor.

Y en camino, descubriendo los contenidos de esa fe, llegará el momento en que dejemos de ser discípulos y se nos llame amigos.

Albert Marín

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