Es una pregunta que se nos hace a menudo y muchos la resuelven por la vía rápida renunciando a bautizar a sus hijos. «Ya se bautizarán ellos cuando quieran», suelen decir, y, en efecto, cada vez nos encontramos con más jóvenes o adolescentes que piden ser bautizados por iniciativa propia. Muy bien.
A los que hacen la pregunta del título yo le suelo replicar con la misma pregunta modificada: ¿qué sentido tiene bautizar a un niño que no se entera de nada si los adultos que lo presentan tampoco se enteran de nada? Cuando preguntas, al grupo que se ha reunido para acompañar al bautizando, cuál es el símbolo más importante del rito bautismal lo normal es que te digan que el agua, el cirio, el vestidito blanco, el aceite, etc. Pero en este sacramento el símbolo más importante es la comunidad cristiana.
La palabra Bautismo tiene su origen en el término griego báptisma, que significa inmersión. La comunidad cristiana que acoge está llamada a ser comunidad de inmersión para el catecúmeno, sea niño o adulto. Las lenguas se aprenden con garantía cuando se produce una inmersión en una comunidad lingüística que habla correctamente una determinada lengua. Si el recién llegado es niño aprende la nueva lengua casi sin darse cuenta, como un juego. Casi por ósmosis. Si la comunidad parroquial tuviera un núcleo donde se hablara de un modo habitual el lenguaje de Jesús y se viviera con su estilo de vida, hecho de bondad, de misericordia, de perdón, de tener cuidado de la vida frágil y de confianza en el Padre Dios, no cabe duda de que al niño, o al adolescente o al adulto, se les facilitaría mucho el aprendizaje de la vida cristiana.
Bien es verdad que el papel de los padres, padrinos, abuelos y demás familia, son los primeros responsables de crear un microclima donde se respire lo cristiano. Pero si la comunidad parroquial no posibilita la inmersión –el báptisma- en un contexto más amplio se corre el peligro de que el Bautismo se malogre y se quede como un rito insignificante y olvidado.
Una buena preparación y una buena celebración debería incidir más en la responsabilidad de la comunidad y del ministro que bautiza que en los compromisos bautismales del bautizado. El ministro y la comunidad deberían preguntarse con seriedad: La riqueza de este sacramento que celebramos, ¿la podrá ver este niño encarnada en nuestras vidas de adultos? O por el contrario, ¿a medida que vaya abriendo los ojos y, viendo como vivimos tan al margen del Evangelio, se irá sintiendo estafado? «Pero ¡¿qué tipo de inmersión me ofrecieron si de pronto descubro que me metieron en una piscina sin agua?!».
¿Bautizar a los niños? ¡Claro que sí! Para que ellos nos pregunten, desde su silencio o desde sus llantos: «Y vosotros, los adultos que me bautizáis hoy, ¿qué habéis hecho con vuestro Bautismo? ¿Lo lleváis puesto? ¿O lo dejasteis en el baúl de los recuerdos como algo que ya no se lleva?» Así podría suceder que nos rebautizarían ellos a nosotros, es decir, que antes de celebrar su Bautismo, tendríamos que permitirle al Espíritu que revitalizara nuestra vida bautismal. De este modo podríamos ofrecer comunidades de inmersión, donde los neobautizados podrían sumergirse en el Misterio de Cristo que se encarna en la Iglesia.
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