El examen de conciencia no es una pura enumeración de los pecados que he cometido, sino que supone una lectura creyente de la propia vida: leer y valorar la vida de cada día a la luz de la persona de Jesús y de su Evangelio. Por ello, al preparar la celebración de la Reconciliación y hacer el examen de conciencia, conviene que preguntarse:
¿Cómo se me ha ido haciendo presente Dios en mi vida a lo largo de las últimas semanas? ¿A través de qué personas, de qué acontecimientos… me ha ido visitando Dios? ¿Qué respuesta he ido dando a esta presencia de Dios?, es decir, ¿cómo me he comportado con los demás, cómo he reaccionado frente a las circunstancias, cómo he respondido a los acontecimientos… que han sido instrumento de la visita de Dios a mi vida? Es evidente que el examen de conciencia no se improvisa, requiere tiempo y hábito. Requiere que le dedique un tiempo de silencio suficiente como para hacer la paz en mi corazón y poder evaluar mi vida con serenidad y lucidez.
Requiere también el hábito de hacer cada día unos minutos de “evaluación de la jornada” a fin de hacer de la lectura de mi vida desde el Evangelio toda una actitud.
Entonces nos viene otra duda ¿Cómo acercarme a confesar mis pecados? La confesión consiste en el diálogo que se entabla entre la persona que se acerca a recibir la Reconciliación y el sacerdote, o ministro de la Reconciliación. En la confesión voy a expresarle, con sencillez y sinceridad, a una persona que representa a Jesús el fruto de mi examen de conciencia, a fin de que él pronuncie sobre mí una palabra de perdón, de parte de Dios.
Sentirse amado y perdonado por Dios es lo mejor que le puede pasar a un cristiano, y es el estímulo necesario para que, revisando nuestra vida y pidiendo perdón a Dios por nuestros fallos y faltas, vayamos realizando el plan de vida que Él tiene previsto para todos cada uno de nosotros.
Joan Josep Moré i Ramiro, SDB
Jefe de Estudios
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