A partir del Concilio Vaticano II, los documentos del magisterio presentan la familia y la vida conyugal como una comunidad de amor al servicio de la vida. Esta visión del matrimonio y la familia la desarrolla la Constitución Pastoral Gaudium et spes en los números del 47 al 52. En estos números se puede ver como Dios hace con la pareja un pacto que evoca al pacto que Dios hizo con la humanidad, irrevocable y definitivo, ya que Dios siempre se compromete con su pueblo. El vínculo que une a los cónyuges son sus virtudes personales, con sus aciertos, pero tienen sus limitaciones. Esto les ha de ayudar a crecer, y los une en una complicidad que dura para siempre. El Concilio concibe la familia como un lugar de valores humanos y espirituales. Apuesta por la apertura de las familias, ya que, la familia no es un espacio cerrado y reducido, sino que ha de colaborar con otras familias para conseguir objetivos comunes: acoger a otros miembros de la sociedad que pasen por momentos de dificultad, saber comunicarse con los otros, dejarse enriquecer por la experiencia de otras parejas, tanto material como espiritualmente…
En la actualidad se presenta el amor como uno de los actos humanos por excelencia, acto por el cual toda persona se dirige a la búsqueda del bien del otro. Amor que se manifiesta a través de:
«Expresiones corporales propias del matrimonio» (GS 49).
Por eso, en la actualidad se tiene la convicción que el amor manifestado sexualmente es un acto de amor entre personas que se justifica a sí mismo.
También podemos ver que el matrimonio presentado como institución tenderá a la procreación y educación de los hijos. Estos, los hijos, son un don y no un fin y contribuyen al bien de los padres. Por eso, los hijos son presentados como consecuencia del amor, de la unión de los esposos.
La doctrina conciliar no pide a los esposos el deber de una descendencia numerosa, sino el deber de los padres a ejercer una paternidad dirigida por la razón, consecuencia de un amor que se expresa en los hijos que puedan asumir y educar. En definitiva, pide una paternidad responsable, donde es tan necesaria la intervención del padre, como de la madre. Los hijos han de ser instruidos en una educación tal que llagados a la edad adulta puedan seguir, con plena responsabilidad, su vocación. Así la familia, lugar de encuentro de diferentes generaciones constituyen el fundamento de la sociedad.
Joan Josep Moré, SDB
Jefe de Estudios ISCR Don Bosco
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