Con la fiesta de Pentecostés culmina la celebración anual de los cincuenta días de la Pascua cristiana. La Resurrección de Cristo, glorificado a la derecha de Dios Padre, desemboca en el don del Espíritu Santo sobre la comunidad de discípulos de Jesús, para la salvación del mundo entero.
La acción del Espíritu Santo transformó la actitud de los Doce y la de los otros discípulos reunidos en Jerusalén: del temor pasaron a la valentía en dar testimonio del Señor Resucitado, a pesar de las reticencias de sus oyentes (cf. Hch 2,1-12).
La acción del Espíritu Santo suscita la aparición de diversas sensibilidades, capacidades y servicios en el interior de la comunidad cristiana: la atención a los enfermos y necesitados, el anuncio y la predicación de la vida y el mensaje de Jesucristo, la oración y la contemplación agradecida de las maravillas de Dios, la celebración de la palabra y de los sacramentos, y otros (cf. Rom 12,6-8; 1Cor 12,4-11.28-30; Ef 4,11).
La acción del Espíritu Santo no es sino continuación de la acción de Jesucristo sobre sus discípulos. Tal como el Padre envía a Cristo al mundo, Cristo nos manda el Espíritu en nuestros corazones, para que también nosotros nos sintamos enviados a ser testigos del Evangelio del Reino de Dios (cf. Jn 20,19-29)
La acción del Espíritu Santo se proyecta en la celebración de los sacramentos. Mueve el corazón de los bautizados a ser fieles a los compromisos bautismales. En la confirmación se nos da la plenitud del Espíritu para ser testigos y portadores de Jesucristo en el mundo. En la Eucaristía, el pan y el vino son para nosotros el cuerpo y la sangre de Cristo, alimento de vida eterna. El perdón de los pecados está igualmente unido al Espíritu Santo, ya que allí donde reina el desamor, la división y los intereses personales no hay lugar para Dios.
La acción del Espíritu Santo promueve el nacimiento de una nueva creación. Así como el Espíritu de Dios aleteaba sobre las aguas el primer día de la creación, igualmente el don del Espíritu Santo aletea sobre la comunidad de discípulos para dar paso a la creación de una nueva humanidad de hombres y mujeres plenamente fieles a Dios y solidarios unos con otros (cf. Gen 1,1-3).
La acción del Espíritu Santo nos mueve a conocer más y mejor la verdad de Dios que Jesucristo nos reveló en su predicación y en el don de su vida sobre la cruz.
El Espíritu de Dios continúa vivo y actuante en la Iglesia, que a pesar de sus fallos y de su pecado, quiere continuar fiel a Jesucristo para poder ser luz del mundo y sal de la tierra.
En esta festividad conclusiva de la cincuentena pascual pedimos confiadamente al Espíritu Santo que continúe obrando en nosotros los bautizados y, a través de nosotros, en el seno de la humanidad:
Ven, Espíritu divino,
manda tu luz desde el cielo.
Riega la tierra en sequía,
sana el corazón enfermo,
lava las manchas, infunde
calor de vida en el hielo,
doma el espíritu indómito,
guía al que tuerce el sendero.
Dale al esfuerzo su mérito;
salva al que busca salvarse
y danos tu gozo eterno. Amén.
Jordi Latorre, SDB
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