Esta es una pregunta que una adolescente del grupo joven me manifestó una tarde durante las actividades del “Centre Obert” en Ciutat Meridiana. En ese momento, en honor a la verdad, no supe qué contestar, sabiendo que la interpelación me la dirigía a mí como sacerdote para ponerme a prueba, y por parte de ella, sin esperar tampoco una convicción de fe, sabiendo que, a mi parecer, era escasa o pobre.
Sin duda hemos de colocar la oración o la vida de oración en un plano más allá de lo puramente humano y mercantilista, donde la razón de la pregunta no cabe con motivaciones utilitaristas ni tampoco respuestas inmediatas; caeríamos en una “trampa” que llevaría, o bien al desengaño personal – Dios no me ha escuchado”, o bien a la inoperancia existencial – Dios no me resuelve mis problemas personales -.
Por ello hemos de partir de una realidad a nivel de fe, de comunión e interrelación entre el creyente y el trascendente – cabe para las religiones, además de la cristiana-. Una de las definiciones más hermosas y entrañables sobre la oración cristiana nos la ofrece santa Teresa de Jesús cuando expresa: “ [es] tratar de amistad estando muchas veces a solas con quien sabemos nos ama”. En esa relación con el Trascendente – Dios -, donde quedamos absorbidos por un Misterio que nos sobrepasa, pero que al mismo tiempo lo infinito se hace tangible en la persona de Jesús el Señor: “Quien me ha visto a mi ha visto al Padre” (Jn 14,9b), la expresión teresiana entraña la calidad tanto de lo que realmente es la oración cristiana, como la de sus interlocutores.
Coloquialmente santa Teresa nos está ofreciendo con su definición la verdad sobre el Dios de Jesucristo y sobre el mismo creyente orante: Un Dios entrañable, cercano, misericordioso, siempre a nuestro lado…; solo es necesario descubrir y desentrañar su “ser” y su “actuar” acercándonos al Hijo, Jesús de Nazaret, desde los Evangelios. Y la del creyente verdadero: una relación amical, sincera, también cercana, desinteresada e íntima… No deja de expresar el sentido de la verdadera oración una relación de amistad donde los interlocutores son verdaderos sujetos.
Así pues, un sentido de la oración utilitarista nos lleva a la nada. Sin embargo, una vida de oración sincera y noble es siempre amistosa: nos lleva a la confianza y con sentido de esperanza:”(..) si pedís algo al Padre en mi nombre, os lo darà” (Jn 16,23b). Máximo el Confesor, Padre de la Iglesia, nos lo recuerda expresando: “Orar incesantemente quiere decir tener la mente dirigida a Dios con gran fervor y amor, permanecer siempre pendientes de la esperanza en él, confiando en él en todo lo que hagamos y pase lo que pase”.
Tenemos, pues, que reconocer que Dios actúa en nuestra existencia y en la misma historia; tomar conciencia de esa su presencia – al mismo tiempo velada pero actuante -,sabiendo que es el mismo Espíritu de Dios quien ora en nosotros, quien excava en el creyente una fuente de agua viva (cf. Jn 7,38), y que del flujo subterráneo emerge de vez en cuando la oración explícita, eso es, ese recuerdo de Dios que sabemos bien que no nos abandona.
Ramon Muray, SDB
Teología espiritual
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