Cuando decimos que María de Nazaret, es “madre” debemos ser conscientes del sentido analógico que damos a este término, según lo apliquemos en su relación a Cristo, a la Iglesia, y a la humanidad. La diversidad de relación que tiene María con cada uno de esos tres sujetos determina el sentido que le queremos dar al término “madre”.
Referida, en primer lugar a Jesucristo, la maternidad de María tiene un sentido físico, real, inmediato, directo, e histórico, fundado en el hecho humano de la generación biológica. María lo concibió en su seno, lo engendró, lo alimentó, lo presentó a Dios Padre en el Templo, sufrió con él cuando estuvo clavado en la cruz. Un hecho tan básico que ha permitido a la Iglesia, la comunidad cristiana, a lo largo de los siglos, verdadera y auténtica Madre de Dios, habida cuenta de la naturaleza divina de Jesucristo.
Referida a la Iglesia, la maternidad de María tiene un sentido real, pero analógico, en cuanto María realiza en los miembros de la comunidad eclesial, lo que una madre hace con sus propios hijos: los atiende y cuida de ellos. María recibió ese encargo al pie de la cruz, en la persona del discípulo amado de Jesús, quien, a su vez, la acogió en su casa como a su auténtica madre. En el discípulo amado estamos todos nosotros, amados por Jesús, en cuanto que discípulos suyos. Por esta razón y en este sentido, María puede ser llamada Madre de la Iglesia, Madre de la comunidad de discípulos de Jesucristo, formada por bautizados, fieles y pastores.
Referida a la humanidad, Madre de todos los hombres y mujeres, esa maternidad de María tiene un sentido más amplio y extenso, puesto que se funda en la misión universal de Jesucristo como Salvador de todos los hombres y mujeres de buena voluntad de este mundo; y, a la vez, también se funda en la misión universal de la Iglesia entera de ser fermento en la masa y alma de todos los pueblos y culturas, a fin de poder llegar a ser en familia de Dios en el mundo.
Es a través de Cristo, Salvador del mundo, y a través de la Iglesia, sacramento universal de salvación, como María llega a convertirse en Madre de todos los hombres y mujeres de buena voluntad.
Saludemos a María, Madre de Jesús, como madre de todos y confiémonos a sus manos para vivir la fe en Dios con autenticidad, tal como la vivió Jesucristo y nos enseñó a hacerlo en su predicación, su Evangelio.
Jordi Latorre, SDB
Director ISCR Don Bosco
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