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En el capítulo II del Directorio para la Catequesis se afirma que: La catequesis es un acto de naturaleza eclesial, nacido del mandato misionero del Señor, cuyo objetivo, es hacer resonar en el corazón de cada persona el anuncio de su Pascua, para que su vida sea transformada. (Cf. DC, 55). Así pues, el reto para toda acción catequética es “que el mensaje evangélico sea acogido en su dinámica transformadora y, por tanto, pueda ser efectivo en la vida personal y social” (DC, 260). 

La evangelización “demanda ciertas características del anuncio que hoy son necesarias en todas partes: que exprese el amor salvífico de Dios previo a la obligación moral y religiosa, que no imponga la verdad y que apele a la libertad, que posea unas notas de alegría, estímulo, vitalidad, y una integralidad armoniosa que no reduzca la predicación a unas pocas doctrinas a veces más filosóficas que evangélicas. Esto exige al evangelizador ciertas actitudes que ayudan a acoger mejor el anuncio: cercanía, apertura al diálogo, paciencia, acogida cordial que no condena”. (EG, 165). Se encuentra en el Evangelio un buen modelo para realizar este anuncio al modo de Jesús: las Bienaventuranzas.

Mateo nos dice que Jesús, viendo a la muchedumbre que le sigue, sube a la pequeña pendiente que rodea el lago de Galilea, se sienta y, dirigiéndose a los discípulos, anuncia las Bienaventuranzas. El monte donde predica Jesús, nos recuerda al Sinaí, monte de los diez mandamientos. Ahora, con las bienaventuranzas, Jesús nos da los “nuevos mandamientos”, que no son normas, sino que señalan el camino de la felicidad que Él nos propone. Las Bienaventuranzas contienen el “carné de identidad” del cristiano, porque delinean el rostro y el estilo de vida de Jesucristo (CEC, 1717).

El mensaje estaba dirigido a sus discípulos, pero en el horizonte está la muchedumbre, es decir toda la humanidad. Este texto ha iluminado la vida de muchas personas creyentes y también no creyentes. Es difícil no conmoverse ante estas palabras de Jesús, porque Él, en su discurso de la montaña, nos invita “a la revolución de la ternura” (EG, 88). Jesús empieza a enseñar una nueva ley: ser pobres, ser mansos, ser misericordiosos… Estos “nuevos mandamientos” son mucho más que unas normas, pues Jesús no impone nada, sino que desvela la vía de la felicidad repitiendo ocho veces la palabra “bienaventurados”.

En sus catequesis sobre las Bienaventuranzas, desarrolladas entre enero y abril 2020, el papa Francisco señala que cada Bienaventuranza está compuesta de tres partes: Inicia con la palabra “bienaventurados” o “felices”, sigue con la situación en que estos se encuentran, y termina con el motivo por el cual serán felices, introducido por la conjunción “porque”.

 

Carmen Víllora, FMA
Profesora ISCR Don Bosco

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