Doce de septiembre de 2018: empiezó el nuevo curso escolar 2018-2019. Miles y miles de niños, adolescentes, jóvenes… padres y madres, maestros y personal no docente se dirigen a las escuelas para empezar la tarea educativa que recomienza otra vez. Han pasado dos meses y medio desde el ya lejano 22 de junio. Han pasado mil cosas durante el verano. Los niños han crecido una barbaridad. Ya no les vienen bien las camisetas y los pantalones de antes. Todos han dado un buen estirón que en el día a día no se nota… pero sí que se nota cuando pasan unos cuantos meses. Se han cambiado los hábitos, los horarios, incluso los espacios. Algunos han ido de vacaciones, otros se han quedado en casa y han ido a la playa o a la montaña o al pueblo o a ver a los parientes o… Ha acabado otro verano educativo donde padres e hijos se han ayudado mutuamente a crecer como personas. Y empieza otra vez la rutina, el horario habitual, los lugares acostumbrados, las clases, los deberes, las extraescolares… Hay que explicar las vacaciones a los amigos y amigas, ¡hay que comunicarles tantas emociones y vivencias! Hay que reencontrarse con los compañeros, maestros y profesores. Hay que comprar la ropa, la mochila, los libros, el estuche con los mil enseres escolares, la carpeta… Hay que forrar los libros, hay que habilitar la habitación para que quepa todo ordenado.
Pero sobre todo hay que empezar el curso con ilusión, con esperanza, con ganas… Y eso todas: padres, hijos, maestros… No se vale empezar derrotados, hundidos, desesperanzados, desanimados, cansados… Como hacen los más pequeños hay que empezar con alegría, con ilusión, con ganas, con nervios, ¡por qué no! Porque el día a día rutinario que empieza el 12 de septiembre será un dia estirado que ayudará a crecer como persona tanto al padre como a la madre, tanto al niño como al maestro, tanto al adolescente como al joven. Posiblemente no tendrá la emoción de los días de verano, de los ratos pasados en las colonias o en la playa, pero tendrá la constancia de la gota que perfora la roca, tendrá la fuerza del grueso de aprendizaje que sólo se consigue con la paciencia. ¿Quién podrá valorar la importancia de la educación sin este imprescindible día a día? Sin la rutina del día laborable, con sus asignaturas, con su patio, con su trabajo personal y, por qué no, con su aburrimiento, no avancem, no som capaços de madurar, de crecer más y más como personas, y en todas dimensiones: física, afectiva, intelectual, espiritual… Sin la monotonía del curso escolar, no profundizaríamos nunca en las cosas fundamentales de nuestra existencia. Sin las rutinas del curso escolar, con sus horarios, deberes, esfuerzos, nuevos conocimientos, amistades renovadas… no llegaríamos a buen puerto.
Me animo y os animo a vivir a fondo el curso con la fuerza que nos da sabernos acompañantes del gran educador, Jesús de Nazaret, que nos acompaña desde el primer día del curso de nuestra vida y que no nos dejará nunca y nos cogerá de la mano siempre lo necesitemos.
Miquel Armengol, sbd
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