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La Cuaresma es un tiempo para renovar estos dos conceptos en nuestra vida.

Hoy en día las palabras conversión y penitencia sufren un rechazo social, pero la Cuaresma es el tiempo propio de estos dos conceptos. Es por eso que hoy os proponemos reflexionar acerca de estos conceptos y el tiempo que estamos viviendo.

La conversión consiste en orientar tanto nuestro corazón como nuestras actuaciones hacia la persona de Jesucristo. Implica el abandonar aquellas actitudes que no son concordes con el Evangelio que Jesucristo vivió y predicó.

La penitencia es aquel sentimiento interno de pena por no vivir de forma coherente la fe en Jesucristo que profesamos. Esa pena, interna y sincera, mueve a la conversión, y se expresa externamente mediante las acciones penitenciales que intentan corregir las desviaciones del corazón y orientarlo de nuevo hacia Dios por Jesucristo.

La limosna, la oración, y el ayuno constituyen las acciones penitenciales típicas de la vida cristiana.

  • La limosna generosa, como expresión de la comunión y de la solidaridad con los hermanos más necesitados.
  • La oración asidua, como expresión de la comunión y del diálogo confiado con Dios, Padre bondadoso de Jesucristo y padre nuestro.
  • El ayuno desprendido, como expresión de autocontrol y de austeridad de vida, para centrarse en lo esencial y desprenderse de lo superfluo. El ayuno, además, ha ido siempre ligado a la limosna: el desprendimiento de los bienes materiales superfluos lleva a compartirlos con los más necesitados.

Si miramos a Jesús, vemos que comienza su misión invitando a la conversión y a la fe: “Convertíos y creed en el Evangelio, porque el Reino de Dios está cerca” (Mc 1,15). Así la conversión aparece en íntima relación con el Evangelio del Reino. En la Carta de Pablo a los Romanos (Rom 12,1-2), la conversión supone un cambio de mentalidad y de conducta:

«Os exhorto, por la misericordia de Dios, a presentar vuestros cuerpos como ofrenda viviente, santa, agradable a Dios: este es vuestro culto espiritual. Y no os ajustéis a este mundo, sino transformaos por la renovación de la mente, para que sepáis discernir lo que es la voluntad de Dios, lo bueno, lo que agrada, lo perfecto».

En el Nuevo Testamento, la conversión tiene siempre referencia bautismal: nace de la escucha de la predicación apostólica, provoca el abandono de los ídolos y la vida disoluta, desemboca en el bautismo y en la incorporación a la comunidad.

Nosotros somos una comunidad de bautizados, por ello, la conversión, en nuestro caso tiende a renovar la vida bautismal que la debilidad y la inconstancia del corazón han ido apagando. De esta la manera la conversión cuaresmal nos pone de nuevo en estado catecumenal y nos prepara a la renovación de las promesas bautismales.

La conversión cuaresmal en vistas a la renovación de la vida bautismal comporta para nosotros:

  • acoger la palabra, es decir, leer, meditar y acoger la Escritura como palabra de Dios que ilumina y guía nuestra vida,
  • valorar críticamente la mentalidad actual, acogiendo aquello de bueno que tiene, y rechazando aquello de antievangélico que propone,
  • transformar la manera de ver y de juzgar las cosas y las personas a la luz del Evangelio,
  • desarrollar una mirada contemplativa sobre nosotros mismo y sobre el mundo para captar la voluntad de Dios y ponernos a su servicio,

De esta manera, el itinerario cuaresmal de conversión nos conduce a renovar sinceramente las promesas bautismales en la solemne Vigilia pascua, la noche más santa del año cristiano.

Jordi Latorre

Director ISCR Don Bosco

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