Jesús había dejado un recuerdo imborrable en aquellos que lo conocieron, lo acompañaron y lo vieron actuar por los caminos y pueblos de Palestina. Su mensaje y estilo les expresaba la cercanía de Dios, les llenaba el corazón y les daba esperanza. El Dios de sus padres y antepasados cobraba vida en Jesús. Seguirlo fue para muchos una opción de vida, definitiva y plena; tanto, que transfigurados por la experiencia de la Resurrección y Pentecostés, no pudieron evitar comunicarlo y compartirlo con todos los hombres y mujeres. Éste fue también el mandato de Jesús: “Id, pues, y haced mis discípulos a todos los habitantes del mundo; bautizadlos en el nombre del Padre, del Hijo y del Espíritu Santo” (Mt 28,19)… Y de este modo, pronto surgen, no sin dificultades, las primeras comunidades cristianas. Ingente la labor misionera de los primeros apóstoles, especialmente de un Pablo de Tarso que recorre el Mediterráneo comunicando una experiencia que le había transformado el corazón y la vida para siempre: Jesús es la razón de ser de su existencia, el Reino de Dios su objetivo. Así, la numerosa red de vías que conducen a Roma y los puertos de las grandes ciudades ven pasar comerciantes, esclavos, soldados y viajeros que hablan de un tal “Cristo” que es expresión de Dios y que anuncia un mensaje nuevo para toda la Humanidad: el mensaje del amor.
Las primeras comunidades se extienden, se consolidan en torno a la fe en Jesús. El ideal es ver el mundo y actuar como lo haría Jesús. La comunidad se estructura en torno a la fracción del pan (eucaristía) recordando el gesto pascual que el propio Maestro quiso que recordaran en memoria suya; el bautismo es el sacramento de entrada a la Comunidad y la fraternidad el ideal de convivencia; se acoge a pobres y necesitados. Y las casas se convierten en centros de encuentro y de oración, como la casa de la madre de Juan Marcos (Hch 12,12). Un mundo nuevo se quiere anunciar y “tenían un solo corazón y una sola alma” (Hch 4,32).
Vinieron tiempos difíciles, dudas, persecuciones, desencuentros… pero la Comunidad de creyentes en Jesús, la naciente Iglesia, se hace camino; ¿la clave? situar a Cristo en el centro, en el corazón. Hoy somos herederos de aquellos hombres y mujeres, Jesús sigue vivo en nosotros, en nuestra Iglesia… ¿somos testimonio? ¿Miramos el mundo con los ojos de Jesús?…
Salvador Ramos
Prof. Historia de la Iglesia Antigua y Medieval
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