Con todo, ya des del siglo III, en Barcino, como en otras iglesias, se presentan nuevas necesidades en la comunidad que dan lugar a la creación de nuevos ministerios y oficios eclesiásticos como son el subdiaconado, el acolitado, el lectorado, el exorcistado, el ostiariado y los fossores. Los subdiáconos eran ayudantes directos de los diáconos en la administración de los bienes materiales y en la asistencia a los pobres. Los acólitos preparaban los elementos necesarios para las celebraciones litúrgicas. Los lectores tenían a su cargo la lectura de los libros santos en las mismas celebraciones litúrgicas. Los exorcistas se encargaban de la expulsión de los demonios, mediante los ritos de exorcismo, que en la Iglesia primitiva eran muy frecuentes. Los ostiarios se preocupaban de vigilar las puertas de las iglesias, a fin de que la liturgia cristiana se desarrollara con tranquilidad, y los fossores eran los encargados de excavar las tumbas; teniendo a su cuidado los cementerios cristianos.
Además de en casa de Félix y Aelia, otros grupos cristianos se repartían por diversas domus, -la mayoría de cristianos acomodados-; si bien es cierto que ninguna de estas casas llegaba a la extensión de la de los anfitriones de hoy. El lugar de reunión solía ser el comedor de la casa romana y, en ocasiones, la sala de baño o la piscina servían para los bautismos. También el patio o el huerto podían servir para esta función, pero ya en época de nuestro obispo existían edificios dedicados exclusivamente al culto cristiano (estos templos debían convivir, seguramente, con algunas casas que también servían como pequeñas iglesias para la comunidad).
Paciano se dispone a celebrar el sacramento del bautismo (conocemos bien los ritos de Roma a partir del siglo III gracias a la Tradición apostólica de Hipólito). La preparación del catecumenado ha durado tres años y los candidatos han sido presentados por los padrinos y madrinas, que se ofrecen como garantes de la sinceridad de los mismos. Durante esta preparación (catequesis: “acción de resonar”) se ha formado a los futuros cristianos en la enseñanza dogmática y moral de la Iglesia y en el contenido de la fe cristiana. Asimismo, el viernes anterior al bautismo, los catecúmenos, así como una parte de la comunidad, han ayunado. En una última reunión preparatoria, ayer sábado, el obispo impuso sus manos a los candidatos, los exorcizó, les sopló en el rostro y les hizo el signo de la cruz en la frente, los oídos y la nariz. Los catecúmenos velaron toda la noche de ayer, sábado, a hoy, domingo, escuchando lecturas e instrucciones.
En el corazón del domingo cristiano, -y con mayor solemnidad aún el día de Pascua-, se encuentra la celebración de la última cena del Señor, a la que los cristianos dan el nombre de eucaristía (acción de gracias) y que se convierte en el centro de la dimensión celebrativa de la comunidad eclesial.
Por otro lado, la oración marca las grandes etapas de la vida, desde el nacimiento a la muerte. Esto no significa forzosamente que haya un rito particular para cada una de esas etapas (por ejemplo, no parece que durante los primeros siglos exista un rito cristiano del matrimonio: «Los cristianos se casan como todo el mundo», dice la carta A Diogneto), pero sí parecen darle un sentido nuevo al matrimonio. Los textos de Pablo (Ef 5) proporcionan a los esposos una espiritualidad del matrimonio, siendo la indisolubilidad del mismo una novedad cristiana (aunque es interesante señalar que lo que resultará esencial para los esposos cristianos será compartir una misma fe). Con todo, parece ser que muy pronto hubo una oración por los esposos, aunque no constituía un rito matrimonial propiamente dicho.
La Comunidad de Barcino, como seguramente harán la mayoría de comunidades cristianas en otros lares del Imperio, conserva las costumbres tradicionales, rechazando o modificando lo que pueda parecer pagano. Condenan algunas costumbres de la época, como el aborto o la exposición de niños (niños que eran repudiados y abandonados a su suerte justo al nacer; a veces eran lanzados a vertederos). Por otro lado, Paciano, como antes lo hiciera su predecesor en el ministerio, el obispo Pretextato, insistirá a los presbíteros y diáconos en que vayan a visitar a los enfermos y a ungirles con aceite consagrado (en ocasiones este aceite era recibido como un remedio con la esperanza de curación).
Asimismo, como todos sus contemporáneos, los cristianos de Barcino veneran a sus muertos. Entre éstos, tal y como hemos mencionado, los mártires ocupan un lugar privilegiado. Sobre su tumba se celebra el aniversario de su muerte, considerada como su nacimiento. Al principio los cristianos eran sepultados junto con los otros difuntos, pero a partir del siglo III adquirieron sus propios cementerios, lo mismo que otros grupos corporativos (en Roma serán las catacumbas).
En relación a la ayuda a los más necesitados, la comunidad de Barcino recoge las ofrendas en la asamblea litúrgica del domingo, tal y como hará hoy, para hacer frente a las necesidades de los pobres, como también se hace en Roma: “los que poseen bienes acuden en ayuda de los que están en la necesidad y todos nos prestamos asistencia mutua. Los que están en la abundancia y quieren dar, dan libremente lo que cada cual quiere. Lo que se recoge se pone en manos del presidente; éste asiste a los huérfanos, a las viudas, a los enfermos, a los indigentes, a los encarcelados, a los huéspedes extranjeros, en una palabra, a todo el que está necesitado”.
Paciano se sentía feliz, a pesar de los múltiples retos de su ministerio, los dones del Espíritu daban fruto y el mensaje cristiano estaba extendiéndose por toda la provincia. La Iglesia de Barcino se proyectaba hacia el futuro y él, en ocasiones, soñaba con grandes edificios y construcciones en los que se reunían ingentes cantidades de creyentes para celebrar la fe en Jesús Resucitado. ¿Sería un sueño? ¿Llegaría algún día a ser realidad? Fuese como fuese, para él lo más importante sería, como demostraría a lo largo de su vida, ser fiel a la Buena Notica del evangelio e intentar seguir los pasos del Maestro y Señor Jesús, puesto que como a menudo recordaba, en “Él vivimos, nos movemos y existimos” (Hch 17,28).
Septiembre de 2024
Salvador Ramos Cantos
Profesor Hª. de la Iglesia del ISCR Don Bosco
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