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Para comprender algunos elementos esenciales que han configurado la imagen del hombre en nuestro mundo actual es determinante la historia de la filosofía de los últimos doscientos años. El siglo XIX nos ha legado el pensamiento de diversos filósofos que influyeron decisivamente sobre la vida social y política de Europa, y que desde el ateísmo pretendieron dar respuesta a los anhelos del hombre.

En los humanismos ateos, la ausencia de Dios es leída como un primer paso en el camino hacia la plena realización del hombre, como la posible liberación de las distintas formas de alienación a las que la metafísica, la moral o la religión le podían haber conducido. En un primer momento, dichos humanismos tendieron al optimismo y se convencieron a sí mismos de que sin Dios era igualmente posible mantener vivo el progreso de la Historia y un cierto auto-transcendimiento del hombre realizado por medio de su propia acción en el mundo. La realización plena de las aspiraciones más profundas del hombre se proyectó, pues, sobre un hipotético futuro histórico, un paraíso terrenal que la humanidad estaría en condiciones de alcanzar mediante su progreso intelectual, moral y, sobre todo, político. Ludwig Feuerbach (1804-1872) y Karl Marx (1818-1883) ilustran perfectamente estos planteamientos. Ambos creyeron en una tensión escatológica de la historia humana, pero olvidaron al Único que, desde fuera, puede tensar la Historia hacia Sí.

George Frederic Watts, Esperanza

Feuerbach fue un teólogo ateo. Según él, Dios no había sido otra cosa que un espejo de la auténtica naturaleza humana; el hombre se habría alienado proyectando su esencia sobre un ser divino imaginario. Sería preciso, entonces, releer las verdades de la teología cristiana como predicados antropológicos. Su ateísmo humanista era más humanista que ateo: Feuerbach no niega a Dios mismo, niega la negación del hombre. Seguirá afirmando el poder del amor y el valor de la filantropía. Pero, ¿podría el hombre fundar auténticamente su esperanza en su propia naturaleza? La visión optimista del ateísmo de Feuerbach fue criticada por Max Stirner de ateísmo piadoso. En efecto, su antropología y su humanismo no eran sino una relectura de la teología cristiana que había prescindido de su único fundamento.

Por su parte, el pensamiento de Karl Marx expresa la confianza en que la humanidad podrá colmar de sentido su propia Historia y alcanzar su término mediante la acción política. Según Marx, la alienación religiosa es sólo una expresión más de la alienación socio-económica profunda del hombre, de la que cabe emanciparse mediante un humanismo positivo. El Reino de Dios es sustituido por la espera de un reino del hombre, y la fe en el hombre sustenta la confianza en la posibilidad de mantener viva la tensión escatológica al margen del Dios que irrumpe en el mundo y tensa su curso desde más allá de la Historia.

Sólo un filósofo como Friedrich Nietzche (1844-1900) asumiría plenamente las consecuencias del ateísmo. Si el hombre es imagen de Dios, si el humanismo hunde sus raíces en la teología, la muerte de Dios conlleva la muerte del hombre. Nietzsche reivindicará un vitalismo desmedido que, no obstante, en el horizonte del nihilismo, sólo podría ser afirmado por un ultra-hombre, más allá de cualquier humanismo. El ateísmo no es confortable, sino trágico; con él, el hombre no emula a Prometeo, sino que se condena al castigo de Sísifo.

Si el hombre es a imagen de Dios, la inscripción horizontal de su destino y sus aspiraciones, de sus sufrimientos y sus esperanzas, se comprende solamente a partir de la línea vertical dibujada por la irrupción en el tiempo del Dios que, desde fuera, desestabiliza las falsas seguridades y las vanas esperanzas del mundo. Ambos trazos, el horizontal y el vertical, forman una Cruz, que esconde el misterio de la redención de la Historia humana.

 

Joan Cabó

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