Si recapitulamos lo que hemos visto hasta ahora al preguntarnos si celebramos bien, hemos visto que toda celebración es acción ritual, y que el rito no es una mera acción simbólica constituida por gestos y palabras sino que necesita la fe para darle sentido y favorecer la participación común y la asimilación por medio de la repetición. Decíamos además que en toda celebración encontramos signos y símbolos; y que el símbolo, desde el punto de vista cristiano, significa volver a “poner juntos”, así, el símbolo no crea unidad sino que la restablece. También decíamos que, en la liturgia, el símbolo contribuye a poner a la persona en comunión vital, por la fe y la celebración con gestos y palabras, con el misterio de la salvación: la entrega salvífica de Cristo por la humanidad.
Con estos elementos ya podemos vislumbrar el camino por el que discurren nuestras celebraciones.
En primer lugar, la Iglesia afirma que en toda celebración ha de haber una íntima relación entre fe, culto y vida. Así cuando celebramos hemos de llevar al culto, nuestra vida celebrada desde la fe.
En segundo lugar, constatar que DV 5, nos recuerda que la fe es orientación de toda la persona que, llamada por Dios, responde y ordena toda su vida al crecimiento de esta vocación. Vocación que se va fortaleciendo y madurando especialmente en los sacramentos, ya que la celebración de los mismos: alimentan y robustecen la fe (cf. SC 59). Ya que son signos de la presencia de Dios en la historia del hombre. Que al celebrarlos con asiduidad, los creyentes reviven el acontecimiento salvífico de la muerte y resurrección de Cristo; ya que en los sacramentos el hombre inserta toda su vida y pregusta ya la realización del reino futuro.
Así, podremos decir que celebramos bien, cuando la celebración se exprese en plena sintonía con la comunión eclesial, sólo así la celebración alimenta la fe y será al mismo tiempo verdadero testimonio de fe. Consiguiéndose la comunión con Dios y con los hermanos. Una celebración que siga estos parámetros realizará este misterio de comunión, teniendo en cuenta que esta comunión no se realiza desde abajo, sino que es gracia y don del Padre, por medio de Cristo, en el único Espíritu.
Fe, celebración y vida han de estar estrechamente interrelacionadas. Cumpliéndose que todo lo que se refiere al culto, se refiere también a la fe y a la vida de la comunidad cristiana.
Joan Josep Moré sdb
Doctor en Teología Litúrgica y Sacramental
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