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Una oportunidad para fortalecer el compromiso laical

Un año después de la publicación del nuevo Directorio para la Catequesis, en mayo de 2021, se presentaba una carta apostólica del papa Francisco, en forma de motu proprio titulada ‘Antiqum ministerium. Con ella se instaura oficialmente el de catequista como un ministerio instituido para toda la Iglesia.

Una larga historia de reflexiones, consideraciones y documentos acompañan la llegada de este ministerio. Se citará, a modo de ejemplo, Evangelii Nuntiandi (1975) que admitía la posibilidad de instituir algunos ministerios en las Iglesias particulares “Tales ministerios, nuevos en apariencia pero muy vinculados a experiencias vividas por la Iglesia a lo largo de su existencia —catequistas,…” (73).

Hasta ahora se es catequista a través de un “encargo” encomendado por un sacerdote, un religioso o a una laica o un laico. El perfil habitual de este catequista es el de una mujer, que dispone de tiempo para poder dedicarse a la tarea de educar la fe. Sin embargo, si analizamos el origen del oficio de la catequesis, comienza con el nacimiento mismo de la Iglesia, donde se ejercía la didascalia. La enseñanza de la fe aparece en San Pablo al describir los carismas (Rm 12, 7), y la primera comunidad cristiana se mantenían constante en la enseñanza (Hch 2, 42). Por tanto, como leemos en Catechesis Tradendae, es “una experiencia tan antigua como la Iglesia” (10).

Estas afirmaciones, sobre este antiguo ministerio, nos conducen a considerar que no es una actividad nueva, tampoco es un nuevo puesto en la jerarquía o en el culto. Es una llamada vocacional laical para un servicio a la comunidad como nos describe el Directorio para la Catequesis. El catequista se siente llamado a recoger el testigo de Jesús que daba a conocer los misterios del Reino, enseñaba a orar y proponía nuevas actitudes para alcanzar una comunión con el Padre y con los hermanos. Estas mismas son las tareas de la catequesis y desde la pedagogía de Jesús facilitar un encuentro significativo con Él.

Se entiende por todo ello, y gracias a la creciente conciencia de la identidad y de la misión del laico en la Iglesia y desde una comunidad eclesial que camina en sinodalidad, que se haya generado un clima adecuado y unas condiciones propicias para que finalmente se llegase a la institución ministerialmente de la figura del catequista.

Con el motu proprio Antiquum miniterium se reconoce el compromiso propio de cada bautizado que viene desempeñándose durante más de veinte siglos. Una misión insustituible en la transmisión y profundización de la fe, para la que es necesario un itinerario formativo y un decidido compromiso laical.

Carmen Víllora, FMA
Profesora de catequética

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