Estas reformas pensadas para favorecer una liturgia horizontal y comunitaria, han promovido con el tiempo, la inculturación de música profana con textos no litúrgicos. Y según muchas voces dentro de la iglesia este tipo de prácticas distraen a la comunidad del verdadero sentido de la liturgia en pro de una mayor participación, convirtiendo a los templos en salas de conciertos donde todo vale si la experiencia religiosa prevalece a la función catequética del canto y su sensus Eclessiae (sentido elclesial).
Un ejemplo de ello es la substitución de la oración del “Padrenuestro”, muchas veces en ambientes juveniles pero también en ocasiones durante la Eucaristía, por versiones con melodías más atractivas o conocidas por el público como “Sound of silence” de Simon & Garfunkel, Padrenuestro (gallego o marinero), Padrenuestro (italiano) o Padrenuestro (melodía Scarborough Fair) entre muchas otras.
La música por si sola no es signo ni símbolo litúrgico. Es en la comunión de la palabra con la música y el rito donde la auténtica estética musical abre el camino a la participación comunitaria del misterio. La música religiosa debe tener una función mistagógica que con su belleza ayude a trascender a aquellos que son copartícipes de ella.
Una celebración festiva, ritual y simbólica que nos ofrece una visión más profunda de las cosas:
– Un canto interior que abra nuestro corazón para que resuene internamente el espíritu.
– Un canto agradable a Dios para que este penetre en la intimidad de nuestra alma. (11)
– Un canto nuevo que ayude a la comprensión de Dios y nos acerque a su misterio.
Es por ello que la importancia del canto litúrgico no radica en el canto exterior que producen nuestros labios sino en el canto interior que ha de generar una vivencia, una praxis para la vida.
“Empezad a obrar y veis lo que yo estoy diciendo. Entonces fluyen las lagrimas a cada palabra, entonces se canta el salmo y el corazón hace o que se canta el salmo. Pues ¿cuantos hay que con su voz cantan y están mudos en su corazón? Y ¿cuántos otros que callan sus labios y están clamando con el afecto?” (12)
En este canto interior del corazón que propone San Agustín (13) es donde radica la auténtica funcionalidad de la música en la liturgia para que esta se convierta en música sagrada: que nos transporte al misterio de una manera harmónica, profunda, estética y que sobre todo genere fruto en el corazón. Un canto que se proyecte más allá de los muros del templo.
Retomando el sentido de Sensus Ecclesiae como actitud vital que debe tener todo creyente, Pablo VI recordaba en su discurso en el Congreso litúrgico-musical celebrado en Roma en 1971, que:
“en todo lo concerniente a la música en la liturgia, no todo es válido, no todo es lícito, no todo es bueno. Aquí lo sagrado debe unirse a lo bello, en una harmoniosa y devota síntesis que permita a las diversas asambleas, según su capacidad, expresar plenamente su fe, para gloria de Dios y edificación del Cuerpo místico.” (14)
Hay pues que saber escoger melodías que no solo estén de moda sino que también unan la dignidad del arte con la sensibilidad de la oración y cantos cuyos textos estén de acuerdo con la doctrina católica, preferentemente de las sagradas escrituras y de las fuentes litúrgicas. (15)
Quiere decir esto que ¿no todos los cantos sirven para todas las celebraciones? Seguramente no. Algunos cantos distraen más que atraen y otros aunque no formen parte del cantoral litúrgico de misa dominical, pueden favorecer el acercamiento al misterio, aunque no deben sustituir los textos sagrados.
La clave pues reside en encontrar las sonoridades más necesarias para cada lugar, con textos se sean los más ajustados al momento litúrgico en el que se lee e interpreta.
Eso nos debería hacer reflexionar también sobre los instrumentos más acordes a cada espacio y momento: no es lo mismo una misa en la montaña acompañada por guitarras acústicas para scouts que en un templo acompañada de guitarras distorsionadas en una misa joven, o una celebración en una pequeña comunidad religiosa acompañada por una coral que una misa de pascua en una catedral con cantos gregorianos. Todas son necesarias y todas son correctas.
Es necesario distinguir también, los diferentes momentos de canto del ordinario de la misa y otras liturgias: La entrada, los Kirie, Señor ten piedad, Gloria, credo, el Santo, el Padre nuestro, cordero de Dios, Aleluya, aclamación al memorial, Amén de la Doxología, aclamación al embolismo, procesión de ofrendas, oración eucarística, procesión de comunión, salmodia, Antífona, oración de los fieles, letanías, laudes, vísperas, canto de salida… son muchos y no en todos existe la necesidad del canto propio de la liturgia romana (gregoriano). Así pues hay que encontrar los textos, la musicalidad y la melodía que inculturados a cada comunidad, sean los más significativos para ella.
“los diversos momentos litúrgicos exigen una expresión musical propia, siempre idónea para expresar la naturaleza propia de un rito determinado, ya proclamando las maravillas de Dios, ya manifestando sentimientos de alabanza, de súplica o incluso de tristeza por la experiencia del dolor humano, pero una experiencia que la fe abre a la perspectiva de la esperanza cristiana.” (16)
Estos cantos nuevos deben tender a la belleza. Juan Pablo II habla sobre la belleza que salvará al mundo (17), una belleza que es clave del misterio y llamada a lo trascendente, con una llamada a los músicos para que alimenten la fe de los creyentes con las melodías surgidas del corazón de otros creyentes en cuyo canto:
“la fe se experimenta como exuberancia de alegría, de amor, de confiada espera en la intervención salvífica de Dios”. (18)
La liturgia no puede ser una piedra muerta sino una piedra viva, una piedra que canta.
San Agustín en su comentario al salmo 72 versículo 1 dice:
“Los himnos son cánticos de alabanza a Dios. Si es una alabanza, pero no a Dios, no es un himno; si hay alabanza, y es de Dios, pero no se canta, entonces no es un himno. Luego para que sea un himno, se necesitan tres cosas: alabanza, que sea dirigida a Dios, y que se cante. […] Quien canta una alabanza, no solo alaba, sino que lo hace con alegría. Quien canta alabanzas, no solo alaba, sino que también ama a aquel a quien canta. En la alabanza hay elogios por parte del que alaba, y en el cántico afecto del que ama.”
Una reflexión que con los años seria reducida con gran fortuna a una sola frase que aunque el nunca dijo, tiene toda la esencia de su comentario y a la vez un bello resumen de todo lo que se ha explicado en este texto y tal vez una respuesta a la pregunta inicial:
“Quien canta ora dos veces”.
Sergi Paramès
(11) San Juan CRISOSTOMO, Expositio in Psalmos, 41, 3
(12) San Agustín, Enarrationes in Psalmos, 119-9
(13) Xavier BASURKO, <<Música y canto>>, Por que cantar en la liturgia, Cuadernos Phase, 28, Barcelona: CPL, 28-34 pp.
(14) Antonio ALCALDE, El canto de la misa, 23-25pp
(15) Sacrosanctum Concilium, 121
(16) Juan Pablo PP II, Quirógrafo del sumo pontífice Juan Pablo II en el centenario del motu propio “tra le sollecitudini”, 2013, Núm. 5.
(17) Juan Pablo PP II, Carta a los artistas, 1999, Núm. 16.
(18) Ibíd. 12.
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