El Ars celebrandi
En la segunda parte, la carta parte de una afirmación: la necesidad de cuidar el arte de celebrar. Este Ars no se puede reducir a la observancia de todo un conjunto de rúbricas, tampoco se puede presentar como una fastuosa, a veces salvaje, creatividad sin reglas. Por eso se invita a los pastores, sacerdotes, catequistas… a que dediquen tiempo y esfuerzos para formar al Pueblo de Dios, dando instrumentos para poder participar activa, consciente y plenamente en la celebración litúrgica, lugar que ha sido desde siempre la fuente primera de la espiritualidad cristiana.
El Papa quiere hacernos retornar a los inicios de la celebración cristiana, recordándonos los gestos y palabras de Jesús en la última Cena donde nos dejó el sacramento de su amor. Aspecto éste de vital importancia, advirtiendo de no caer en la trampa de ritualizar la celebración de la Eucaristía. Afirma que los ritos en sí mismos deben existir ya que son una norma, pero la norma nunca es un fin en ella misma, sino que está siempre en el servicio de la realidad superior que quiere custodiar. Por eso nos invita a superar el esteticismo que sólo se fija en la forma exterior, o la desidia litúrgica que cae y confunde la simplicidad con banalidad ya que estas formas de celebrar desvirtúan la liturgia.
Hay que tener en cuenta que en toda celebración hay:
Los gestos del celebrante, pero también los de la asamblea. Así, reunirse, ir en procesión, sentarse, levantarse, cantar, estar en silencio, mirar, escuchar… son gestos propios de la asamblea que realizando los mismos gestos o hablando todos a coro entran en oración y alabanza al Señor. Con ello se ayuda a evitar los individualismos y tomar conciencia de que todos formamos parte de un mismo cuerpo. Así como aquellos elementos que nos han de llevar de lo concreto a los espiritual haciéndonos trascender de nosotros mismos y así entrar en contacto con el Misterio, así tenemos: agua, vino, aceite, fuego telas colores, palabras, que nos llevaran al bautismo, la eucaristía, la penitencia, el año litúrgico…
La Carta también señala, la importancia del silencio en la acción celebrativa, ya que nos acerca a la acción del Espíritu Santo que anima toda celebración. Así el silencio:
– Mueve al arrepentimiento y al deseo de conversión.
– Suscita la escucha de la Palabra y la plegaria
– Predispone a la Adoración.
– Sugiere a cada uno, en la intimidad de la comunión, aquello que el Espíritu quiere obrar en nuestra vida.
La Carta señala que el Ars celebrandi pertenece a toda la asamblea que celebra, pero que son los ministros ordenados los que deben tener un cuidado especial al celebrar la liturgia, ya que no se puede celebrar de cualquier manera. El Papa pone algunos ejemplos de cuando se celebra de una manera inadecuada, cuando se cae:
– En la rigidez austera o la creatividad exagerada.
– En el misticismo espiritualizador o el funcionalismo práctico.
– En la prisa y la precipitación o la lentitud acentuada.
– En la dejadez o refinamiento excesivo.
– La afabilidad sobreabundante o la impasibilidad hierática.
A pesar de la diversidad de estos modelos todos ellos tienen una raíz común: el exagerado personalismo en el estilo celebrativo que, a menudo, expresa un mal disimulado afán de protagonismo.
Para que este servicio se haga bien, sea Ars, es muy importante que el presbítero tome conciencia que él es una presencia particular del Resucitado en medio de la asamblea. El ministro ordenado es una de las formas de la presencia del Señor en la celebración. Por eso los creyentes tienen el derecho de poder sentir en los gestos y en las palabras del celebrante, el deseo que tiene el Señor de celebrar su Pascua con nosotros. Por lo tanto el protagonista tiene que ser siempre Cristo resucitado, y no nuestra inmadurez que pretende tomar protagonismos innecesarios. Y, esto no se puede improvisar, es un Ars que, una vez asumido, fluye por sí mismo y arrastra a toda la asamblea a realizar la celebración que Dios espera que realicemos.
Finalmente, la Carta recuerda que la liturgia es también Ars dicendi, por eso se pide al presbítero la necesidad de pronunciar bien las palabras, usando diferentes tonos de voz y señalando las diferencias específicas de los diferentes momentos de la celebración.
Por lo tanto recuerda que tenemos que recuperar el Espíritu de SC y a abandonar las polémicas de las diferentes reformas celebrativas impulsadas por Pablo VI o Juan Pablo II y escuchar la voz del Espíritu manteniendo así la comunión eclesial (cf. Traditionis custodes, 29 de junio de 2021).
Se trata pues de una Carta con un contenido teórico práctico que pretende que los creyentes celebren y celebren bien, ya que recoge los grandes principios de la celebración litúrgica sacados de la constitución conciliar, ofreciendo a la vez, pistas para la praxis pastoral de las comunidades, señalando la importancia y el sentido del Año Litúrgico y la Cena del Señor; o teniendo presente que nuestra vida no es un lugar caótico, sino un camino que hay que recorrer armoniosamente, con calma, todos juntos para así, como comunidad, encontrarnos con el Señor.
Joan Josep Moré i Ramiro, SDB
Jefe de Estudios
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