Algunos consideraban que, dentro de su horario cotidiano, reducía demasiado su servicio a Dios en la plegaria explícita. En contraste, sus colaboradores dieron fe de que Juan Bosco poseía una verdadera vida interior, de conversación profunda, de recta intención en lo que respecta a la constitución del Reino de Dios; por lo que podemos decir: creyente de plegaria constante; hacía de la vida de cada día, vida en Dios y para Dios. En nuestras Reglas Salesianas le describen de forma enfática: “vivía como si viera al invisible” (Const. SDB, art 21). De hecho, la objeción del abogado del diablo en la causa de santificación fue la siguiente: “¿Cuándo rezaba Don Bosco?” y la respuesta fue: “¿Y cuándo no reza Don Bosco?”.
Él mismo, así lo expresa en alguno de sus escritos: “Ordenad todas vuestras acciones al Señor, diciendo: Señor, os ofrezco este trabajo. Bendecidlo”. Teniendo como trasfondo la doctrina espiritual de Francisco de Sales dirá:
“Expresad a lo largo de la jornada oraciones y piadosas jaculatorias hasta conseguir en vuestra alma, con la ayuda de la Gracia de Dios, un estado de plegaria”. Gran parte de sus vacaciones las pasaba en el santuario de San Ignacio de Lanzo, no lejos de Torino, o haciendo él mismo los Ejercicios Espirituales Ignacianos, o dictándoselos a los presbíteros, alumnos, laicos comprometidos,…
Aquí es donde se encuentra y arraiga el corazón de su fuerza apostólica: crear un espíritu de plegaria o en terminología más moderna, una gracia de unidad, donde queda firmemente ensamblado lo cotidiano y vida en el Señor, oración y acción, interioridad y celo apostólico. Esta fue la actitud base que reinó en su vida; no hubo disociación puesto que sus vivencias, de la naturaleza que fueran, acababan siendo oración. Al lema monástico benedictino: ora et labora, lo sustituirá por el trabajo es plegaria, es decir, vive la praxis educativa y apostólica con fuerte sintonía y reciprocidad de vida interior, hacia un mismo proyecto de vida: servir a Dios en sentido a los jóvenes en caridad.
Ramon Muray
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